Imagen de perfilLa ruta de la seda

Jorge Luis González Castro 

No me considero un abogado escrupuloso, aunque confieso que me disgustó la frivolidad de aquella mujer, hablaba mirándose su monumental anillo, le importaba poco el resultado del caso, temiendo solo a los titulares de la prensa rosa: “Multimillonaria compra un hijo-robot falsificado”. La firma demandante pretendía la destrucción del modelo falso fabricado en China. Sin esperanzas no quedaba más remedio que abogar sobre la base de la buena fe, alegando que el albarán redactado en idioma inglés parecía auténtico al igual que el modelo. Luego de un proceso espinoso la sentencia corroboró mis peores predicciones. Llegué descorazonado a casa y mi hija-robot me abrazó sonriente, dibujamos juntos y luego se durmió suspirando mientras acariciaba su imperfecto cabello. Mi hija también era una falsificación china, pero nadie me podía censurar con juicios morales de consumidor responsable, a fin de cuentas ella amaba tan intensamente como un modelo original.

 

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