Imagen de perfilAMOR Y DERECHO

Laura Pérez-Morala 

En un infausto puente, el del odio, se tiró a la arena en impulso de nobleza. Llevaba consigo, más que un arma, un instrumento lúdico-deportivo que le unía al encanto de su niñez. No pidió licencia a «Scotland Yard» para alzar su cándida arma, no porque careciera de tiempo material, sino porque su naturaleza genética, afectiva y educacional, decidía más rápida, generosa y altruista. Traspasó las lindes de la prudencia oficial y convencional, que aconsejan los protocolos antiterroristas y el “sálvese quien pueda” del común mortal. Con su sangre derramada en el asfalto, selló su última credencial compostelana, muchas desde su cuna, haciéndose merecedor de la más sublime Compostela que se pueda otorgar. No devengó por ello honorarios, porque la excelencia del alma ni emite minutas, ni se pueden pagar. Nadie solicitó investigar; a él, por su discreción y grandeza, no le hubiera gustado. Era abogado, quizás no por casualidad.

 

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