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Eva María Cardona Guasch 

Compartí con mi padre largas sesiones de cine, siempre películas sobre juicios. Yo admiraba la dialéctica infinita de aquellos jueces y letrados que, enfundados en sus togas, hallaban argumentos para todo. Así se gestó mi decisión, que no vocación, de ser el abogado en que me convertí. Siempre temí no poder emular a aquellos personajes sensacionales. El miedo se transformó en pesadilla el día en que recibí la primera demanda para contestar. No me venían las ideas ni las palabras. Me sentí prisionero en un mar de alambradas que no me permitían avanzar, atrapado en un campo estéril. Pasé días refugiado entre códigos y diccionarios. Busqué inspiración en películas de antaño. Nada. Hasta que recordé un comentario recurrente de mi padre: «La oratoria de los actores nace de un buen guión; el éxito en la abogacía, de la atención, la reflexión y el estudio».

Cité al cliente. Empecé por escuchar.

 

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