Imagen de perfilLA VIDA EN UN SEGUNDO

Leticia Morillo Canales 

Observó por la ventana las flores del jardín y cómo los pájaros bebían del agua de la piscina. No sonrió. No parpadeó. Su corazón ya no esperaba otro milagro de la primavera. Hacía años que ya no soñaba con viajar a países exóticos, con gestar y ver germinar sus proyectos y sueños. Pasaba los días apostada en ese lugar, comprobando cómo el paisaje mudaba su color mientras la recorría un dolor transversal de pies a cabeza, desde el alma hasta la epidermis. Gracias al abogado residía ahora en aquel adosado de doscientos metros cuadrados, aquel que su marido y ella imaginaron. «Donde el niño pueda jugar al aire libre», decían siempre. Pero el jardín estaba desierto, la casa en silencio y ella ligada a una silla de metal a causa de aquel accidente cuya negligencia de un joven ebrio la dejó sin más protección y compañía que sus propios recuerdos.

 

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