Imagen de perfilSENCILLA CONFESIÓN

Ruth González Poncela 

—¿Entonces, reconoce el acusado los hechos que se le imputan?
—Sí, señor juez, pero yo la quería.
—Bueno… Si relata nuevamente lo sucedido la mañana del veintiuno de noviembre, tal vez podamos hallar alguna circunstancia atenuante…—solicitó el magistrado con tono dulce, como era su costumbre—. Puede empezar.
—Pues verá, Señoría, la Merche salía todos los miércoles a las nueve de la mañana porque colaboraba con una ONG, de esas que ayudan a los inmigrantes sin papeles… Aunque no sé qué servicios prestaría allí porque no estudió ninguna carrera —respondió con llanto contenido.
—Prosiga, por favor.
—Ella siempre vestía a su manera, algo rara, pero a mí no me importaba. ¡Siempre estaba guapa! Aquel día se puso un abrigo de animal salvaje, legado de una tía abuela. Le dije que era algo exagerado. La muy chula me respondió: «antes muerta que sencilla, cari». Y… ¡Zas! la maté para complacerla.

 

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