Imagen de perfilA confesión de parte…

Carlos Enrique Ayala Gómez 

El primer lugar en la escuela de leyes. Becario en universidad de la Liga de la Hiedra. Pasante en bufetes de la élite anglosajona.

Una carrera excepcional y aunque siempre apunté a lo más alto no me imaginé jamás ser elegido para encaramarme al Olimpo y ejercer la defensa de una dulce ninfa.

Se trataba de Eco, a quien su voz no le servía sino para repetir la última palabra ajena que oyese. Este había sido el injusto castigo impuesto por la diosa Hera en uno de sus habituales raptos de ira animal.

Fue nada más empezar con mi exposición oral para advertir prontamente que persuadía al olímpico jurado. Para revertir la condena, apelé con éxito a todos los recursos jurídicos tanto del legado humano como del divino.

Finalmente, el juez con voz grave interpeló a mi defendida:
Se declara usted inocente o culpable.
— Culpable, culpable, culpable: sentenció Eco.

 

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