Imagen de perfilGAMA DE COLORES

ANA MARIA VIÑALS LORENTE 

El confinamiento para evitar la propagación del coronovirus a la espera de dar con una vacuna ya dura semanas y la gente trata, desesperadamente, de hacerse con una mascarilla. Mi trabajo ha caído en picado. Me limito a atender llamadas telefónicas de padres, en su gran mayoría divorciados, que no pueden ver a sus hijos y a otros asuntos peliaguados que no admiten demora. Mis clientes, furiosos, exigen saber de boca de su abogada cuándo serán celebrados los juicios suspendidos por la pandemia. «Todo va a ir bien» les tranquilizo. Pero luego dan las ocho y mi marido me agarra del brazo, todavía magullado por la paliza propinada horas atrás, y me empuja hacia donde nadie pueda verme. Después sale al balcón para aplaudir. Y es entonces cuando los brillantes colores de los arcoíris que cuelgan de las ventanas se borran de mi mente y solo veo oscuridad.

 

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