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María Torregrosa 

Tras aquel expediente de regulación de empleo, había concentrado su actividad en encontrar un nuevo trabajo. Cumplidos los cincuenta y cinco, debía reinventarse. Acudió casi desesperanzado a aquella entrevista en nuestro bufete. Su currículo era impecable y experimentado, y se atisbaba en sus ojos aquella lucecita demandando una nueva oportunidad. Comenzó con nosotros enseguida, y casi se deslizaba por los despachos con su caminar elegante, esbozando una constante sonrisa. Yo lo miraba de soslayo, y aquella forma de sonreir me fascinaba.
Siendo niña, mamá apenas me habló de aquél al que yo nunca conocí como padre. En casa crecí con cierto halo de tristeza, pero no con sentimiento de traición o abandono. Esa noche busqué un momento de intimidad con ella. Estaba orgullosa por haber conseguido una vida plena solas. Pero acabó confesando que aún recordaba cierta sonrisa. La abracé y le pedí que viniera al despacho al día siguiente.

 

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