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Margarita del Brezo 

A mamá le dieron una conciliación. Nos explicó que eso servía para poder ir más tarde al trabajo, cuidar mejor del hermanito que vive en el interior de su barriga y estar más tiempo juntos. Mi mamá es abogada y defiende a los buenos.
—¿Y si les hacen una condena cuando no estés? —preguntó Iryna, mi gemela.
—Eso no pasará –sonrió–, papá estará en el despacho para defenderlos igual de bien que yo.
Nos quedamos tranquilas. Y felices. Pero de repente es todo muy raro. Papá ya no viene a casa. Que tiene que defender a mucha gente, dice mamá. Nosotras no vamos al colegio ni salimos al parque. Se oyen sirenas y mucho ruido todo el rato, también por la noche, y así no podemos dormir en paz. Y encima ahora tenemos que irnos a vivir a otro sitio. Rápidamente. No me gusta nada esto de la conciliación.

 

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