Imagen de perfilJuez y parte

Susana Revuelta Sagastizábal 

La fotografía grapada al informe «Atraco a farmacia» mostraba un individuo joven, con greñas, ceñudo, desdentado. Notó un ligero temblor en las manos. «Culpable», sentenció, «ni juicio ni leches». Según su baremo, a esos piojosos les venía muy bien pasarse una temporadita en chirona: cama gratis, comida caliente y metadona a tutiplén.
Se levantó del butacón para desentumecerse junto a la ventana. Enfrente, un columpio vacío se mecía al ritmo de la hojarasca azuzada por el viento. ¿Cuándo había perdido la custodia de Diego? Ah, sí, en el 98, cuando ganó la Sánchez Vicario el Roland Garros. Era un mocoso aún, y la madre una histérica que solo a hostias le dejaba ver tranquilo la tele. Pero ¿por qué había renegado el miserable de su apellido?
Minutos antes de la vista, sacó una petaca y dio un largo trago; le faltaba coraje para enfrentarse a la mirada de aquel desgraciado.

 

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