Imagen de perfilFE EN LA JUSTICIA

Almudena Horcajo Sanz 

Aunque tenía pleitos pendientes en la ciudad, cuando mi abuelo me pidió ayuda, lo dejé todo y fui a verlo.
El problema era D. Cipriano, el nuevo párroco del valle. Su devoción cristiana le llevaba a tocar las campanas con entusiasmo cada cuarto de hora; empezaba con el canto del gallo y terminaba bien entrada la noche. Los vecinos, desesperados, decidieron que para recuperar la tranquilidad había que acudir a la Justicia. No tardé en empatizar con ellos, acepté el caso sabiendo que no llevaría comisión ni cobraría honorarios. Con un apretón de manos acordamos que, si el fallo era desestimatorio, nada me deberían, en caso contrario, me pagarían con productos de la tierra.
Los parroquianos quedaron contentos con la resolución y ahora solicitan mis servicios. Estoy desconectada porque no llega Internet, pero como la gente es amable, el aire puro, la comida sana… No veo el momento de regresar.

 

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