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Guillermo Sancho Hernández 

La plaza era, para los niños del pueblo, el escenario del campeonato mundial de fútbol. Mi futuro como abogado empezó allí, a los siete años de edad. Justo cuando nuestro desgastado balón de Naranjito impactó en la ilustre cabeza de Rogelio, el jefe de la policía local, que inmediatamente procedió al decomiso de la pelota y a su reclusión en el antiguo calabozo del ayuntamiento, hasta nueva orden. Frustrado el legítimo sueño mundialista, el plan para que se hiciera justicia requería una cita con el alcalde. Fue la primera comparecencia de mi vida. Como representante infantil solicité el testimonio de doña Consuelo, para esclarecer los hechos. Ella había visto al gañán de Pepón entrometerse en el partido y patear nuestra pelota. Luego el balonazo a Rogelio (en ese momento, de espaldas al incidente), no nos era imputable.
Así logramos, en mi estreno procedimental, la libre absolución del esférico.

 

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