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Manuel de la Peña Garrido 

Tenía que pasar. Tenía que pasarme. A mí, que pensaba: “apenas unos años de ejercicio y a disfrutar de la vida, allende los juzgados y su fauna”. A mí, el rey de los casos difíciles, exitoso defensor de pobres inocentes y autores de crímenes escalofriantes, el abogado-orquesta, capaz de tocar todos los palos jurídicos, con clientela fiel y diversa, desde empresas cotizadas en bolsa hasta vetustas tiendas de barrio. Me lo advirtió la perfumera de la esquina mientras echaba el cierre: “no tenemos futuro, don Bernabé, los tiempos han cambiado; no podemos competir con gigantes de la distribución, con los monstruos de internet; estamos tan obsoletos como esa loción capilar que yo seguía vendiéndole”. Sentado en mi impersonal cubículo, idéntico a tantos otros, me pongo los auriculares. Mi primera llamada.

-Fastadvisor, abogados 24 horas, le atiende Bernabé. ¿En qué puedo ayudarle?

 

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