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José Miguel Perlado Villafruela 

Cuando el fiscal se levantó y empezó a explicar sus conclusiones, paseándose delante del jurado popular, como en las películas americanas, parecía disfrutar de lo que contaba, a pesar de lo escalofriante del caso.

El acusado degolló a la víctima y luego, con pericia de carnicero, la troceó y la metió en una bolsa grande de rafia, para tirarla después a un vertedero.

Tras varias semanas de búsqueda infructuosa tuvo que ser una extraña concentración de gaviotas la que alertara al encargado del vertedero de que algo ocurría.

Al asesino lo delató la loción que utilizaba tras el afeitado, tan fuerte que días después aún se percibía en el cadáver.

Tan fuerte que los perros adiestrados pudieron seguir la pista desde el vertedero al lugar del crimen, y de allí a la casa del asesino.

Tan fuerte que hasta el retrato del rey sobre la sala parecía arrugar la nariz.

 

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