Imagen de perfilUn juicio vetusto

Ander Balzategi Juldain 

Tenía bien preparado mi alegato. Me levanté, y con palabras justas logré definir el propósito que me alentaba, las causas y razones que me llevaron a postrarme en aquella silla. La verdad es que estaba nervioso, defenderse a sí mismo, siendo abogado, ni es sencillo ni es apropiado. Mi mujer me acompañaba, y no dejaba de asentir cada vez que se me colaba un silencio. Estaba rodeada por sus parientes, que se sumaron a aquella pantomima y escrudiñaban cada uno de mis gestos como si fuese sospechoso de ocultar algún pecado.
Sentado en la cabecera me observaba el juez, impasible y solícito al mismo tiempo. Era el director de aquel absurdo circo, en cuya sobremesa y con un coñac en la mano, me obligaba a defender mi buen nombre antes de solicitar la mano de su hija.

 

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