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David Villar Cembellín 

Se alzaba un mar de niebla, detrás de la cual, a medio sumergir, se advertía un juzgado siniestro. Hideo Nakazawa se ajustó las gafas de realidad aumentada y continuó avanzando. Desde que la justicia había añadido una IA en su código base, toda decisión legal se tomaba en el interior de ese entorno virtual. Era sobrecogedor. Hideo Nakazawa introdujo su cuerpo en la sala, dentro hacía calor, un bochorno sofocante. Un avatar de juez, encargado de presidir la sesión, le dio la bienvenida y leyó los cargos. Acto seguido, una voz en off presentó todas las pruebas. Hideo Nakazawa se sintió sobrepasado por lo impersonal del proceso, era kafkiano. El algoritmo le ordenó levantarse. Abogado, fiscal y juez, la IA había tomado una decisión.

“Te condeno a veinte años.
Este entorno virtual será tu cárcel.
Mi decisión es firme.”

Hideo Nakazawa intentó quitarse las gafas, pero no pudo.
Entonces, gritó.

 

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