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David Villar Cembellín 

Que el nuevo tendedero del segundo rompía la estética de la fachada, dijo a modo de presentación. Y que la reforma del descansillo debía venir avalada por un estudio pericial o la echaría abajo. Desde que un abogado había ocupado el ático del quinto, las reuniones de vecinos se habían convertido en un infierno. Antes éramos la típica comunidad donde discutíamos las derramas a gritos e insultos hasta que una parte salía vencedora; nada especial, vaya. Pero el jurista del quinto había acabado con esa armonía de barbarie. Ahora todo eran pliegos, cláusulas y amenazas de costosísimos pleitos. Lo mismo daba arreglar el ascensor que negociar una bajante, el abogado sacaba de la manga una ordenanza municipal que imposibilitaba cualquier acción. En estos momentos la fachada se cae a trozos y debemos finalizar el aislamiento del tejado, pero nos atenaza el inmovilismo. Apenas respiramos, paralizados de miedo. Nadie quiere enfadarle.

 

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