A una carta
Mikel AboitizMarina lo es todo. Atiende el teléfono, coordina las agendas del bufete, resuelve asuntos a la carrera, aguanta el malhumor del animal del jefe al empezar los lunes y siempre me dedica una sonrisa dulce. Marina es un tanto menuda y eso, con su discreción y ligereza, la hace casi invisible para los demás. Pero no para mí. Nunca pierde la compostura ni levanta la voz. Su experiencia vale un potosí, tanto como su mirada azul y miope enquistada en sus quehaceres. Cuando la miro, no desgasto la tapicería de la silla, levito. Mi antecesor me dejó a mí —apocado solterón impenitente—, un legado de divorcios pendientes. Pero hoy, ¡qué nervios!, en lugar de coser parches jurídicos a fracasos, buscaré mi suerte: voy a dictar a Marina la mejor carta de mi vida y les aseguro que no llevará el membrete del despacho. Espero su voto de confianza.
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Un relato precioso, repleto de sensibilidad. Y muy bien escrito, como acostumbras. Enhorabuena, Mikel, mi voto, un saludo, y mucha suerte con Marina.
Perfecta declaración de amor: Marina la escucha y la ve al transcribirla.
Mucha y buena suerte, Mikel.
Nunca se sabe dónde y cuándo puede surgir ese hechizo que solo el que lo recibe puede hacerse una idea de su magnitud. Tu habilidad para describir nos dibuja un ser casi angelical y la rendición de un empleado ante sus encantos, porque para él no puede haber nadie igual.
Una historia de amor muy bien contada, al menos en una dirección, esperemos que esa carta tenga respuesta positiva, porque es difícil no empatizar con tu protagonista.
Un abrazo y suerte, Mikel