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Gabriel Pérez Martínez 

Se coló en mi despacho de sopetón. “Soy Elvis. Me acusan de poner en riesgo a mis seguidores, conduciéndolos al borde del infarto tras simular mi muerte”, expuso aturullado. Al escuchar aquello, levanté las cejas y exclamé: “¡Usted no es el Rey del Rock!”. El tipo vestía pantalones de pinza, zapatos castellanos, camisa azul ─de un tejido parecido a la seda─ y chaleco acolchado, prendas que el de Memphis no usaría ni para camuflarse. Me puse en pie, di unos pasos hacia la puerta y le amenacé con llamar a seguridad si no se iba. Entonces, sugirió que mirara por la ventana. Había una marabunta de fans en la calle, visible desde kilómetros. Mis días como abogado de pequeñas causas tocaban a su fin, pero no podría preservar la vida que en aquel tiempo llevaba. “¿Quién le envía?”, dije. Paul seguía sin perdonarme que hubiera compuesto “Imagine” sin él.

 

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