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Miguel Ángel García Rodríguez 

«¡Urgente! Se busca abogado para barco de rescate». Así rezaba un llamativo cartel a la vuelta de la esquina de mi casa. En la parte inferior, un teléfono de contacto; sin más explicación.
No me imaginaba para qué iban a necesitar a un abogado que salvara barcos de vela naufragados y bañistas en apuros. ¿No sería mejor un bombero, un socorrista o un marinero? ¿Qué cualidad podría tener un abogado como yo que pudiera salvar vidas?
Después de comerme la cabeza hasta el agotamiento, casi como si un juez lo hubiera podido decretar, mi curiosidad me empujó a llamar de manera automática.
Tras marcar los números del cartel, al otro lado del teléfono se escuchó una voz: – Open Arms, ¿Dígame?

 

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