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María María 

Desde aquel viejo cuchitril al que Martínez se empeñaba en llamar despacho, a tan altas horas, podían oírse las molestas campanadas del reloj de la vecina, el griterío de unos borrachuzos deambulantes y la música de un bajo de obra vista donde se celebraba un aniversario.
Incesante y ajeno al exterior, no desistía en hallar una pista entre los cientos de fotos y anotaciones que ilustraban el panel de corcho. No aceptaba el sobreseimiento. Para nada cuestión de orgullo, de eso ya no le quedaba. Era intuición. Olfato de buen sabueso. Necesitaba algo para reabrir el caso y poder acusar con pruebas fehacientes.
Y ahí estaba. Justo ahí. En la esquina de una imagen de la fiesta donde tuvo lugar el crimen la noche de autos. Esos pies, esos zapatos de punta plateada con iniciales grabadas, eran del exculpado.
– Estuviste allí cabrón. Lo sabía. A la mierda tu coartada.

 

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