Imagen de perfilLA CLÁUSULA

Juan Carlos Gómez Jaimes · Bucaramanga 

Cuando la polvareda se disipó, me arranqué el casco para aliviar la presión. Varias esquirlas habían quedado incrustadas. Perseguí el ruido de los motores entre las nubes, pero los aviones estaban muy lejos. Me tranquilizó saber que ya no les importábamos. Avancé unos pasos para revisar a mi compañero. «¿Dónde estoy?», me preguntó. «En la guerra», le dije. Se sonrió mientras un hilo espeso de sangre le bajaba por el mentón. «Hay que hacer una reforma, viejo», me dijo, divertido. «Sí, sí», le respondí, «cuando vuelva a casa seré un abogado y acabaré con esta barbarie». Trató de reírse pero cayó en estertores. «Por ahora, la única guerra que puedes finalizar es la mía», me dijo con una voz muy tenue. Ya casi sin fuerza, desenfundó el arma y me la puso en las manos con cariño, como si fuera un pajarito. Habíamos sellado esa cláusula especial hacía mucho tiempo.

 

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