Imagen de perfilLos retales de Medea

Mónica López 

― Quiero ver a mi abogada.
No pensaba correr el riesgo de hablar más de la cuenta. Preservar mi inocencia era prioritario.
― Llegará pronto, doña Inés. Mientras tanto, queremos mostrarle algo.
El policía dio paso a una mujer con bata blanca. Llevaba una bandeja y una probeta con líquido. Sacó un trozo de tela y vertió el fluido sobre el tejido (azul, floral, algodón), que reveló un visible cambio de color.
― Según el laboratorio, las telas de su tienda tienen veneno. ¿Algo que decir?
«Oh, si usted supiera…», pensé, «a cuántas he salvado, cuántas mujeres acuden a mí, cuántos ojos morados escondidos en el ganchillo, entre los remiendos de su vida… si supiera, no preguntaría esa estupidez».
― Quiero ver a mi abogada.
A ella también le gustaba coser. Su último vestido (rojo, arabesco, seda) le quedaba espectacular. Su marido, que en paz descanse, le prohibía ponerse vestidos.

 

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