Dos agujas
Juan José Redondo– Así que aconsejó usted al señor Nosferatu acerca del empleo del reloj sin agujas para preservar un privilegio inmisericorde sobre sus sirvientes, quienes no pudieron ceñirse a ningún horario.
– Eliminé ciertamente, Señoría, el riesgo de disputas sobre las horas a trabajar. Un paso atrás hubiera puesto en entredicho la autoridad del señor vampiro respecto a la servidumbre. Además, ¡eso ocurrió hace muchísimo tiempo y entonces se ajustaba a derecho!
Acto seguido el fiscal llamó a declarar al servicio. Pronto aparecieron ocho o diez personas a quienes desconocía. Sólo sé que en su momento había tejido una compleja maraña legal que los condenó al trabajo y al hastío. Pusieron su mirada en la mía aquellos espectros, visibles únicamente para mí.
Aterrorizado eché a correr, pero uno de ellos me trastabilló con la aguja pequeña y otro me atravesó la espalda con el minutero.
No sé qué hora podría ser.
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Magnífico relato. Enhorabuena, mi voto, y un saludo.
Muchísimas gracias, saludos!
Las marañas legales son difíciles de desentrañar, algunas datan de los tiempos de Nosferatu y todavía no se han resuelto. Por ello es lógica la reacción de la servidumbre, cansada de esperar justicia.
Un relato muy original sobre esas dos agujas que marcan nuestra existencia, también sobre el abuso de un empresario muy peculiar y la necesidad de tener espacios propios, a los que tienen derecho todas las personas.
Un saludo y suerte, Juan José
Muchas gracias por su comentario y sus buenos deseos. El vampiro ya no está pero el reloj sigue en el castillo. Visita recomendable. Saludos!
Qué maravilla, Juan José! Un voto y un saludo, a las 9:54.
Muchas gracias, Pablo. Saludos!