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Anselmo Carrasco Merlo 

Aquel hombre esperaba paciente en los pasillos de los juzgados. Su traje lleno de caspa hacía presentir que estaba fabricado con un tejido parecido a la borra, anticuado, deslucido y grasiento. Su aspecto astroso me llevó a deducir que era la persona demandante. Me senté frente a él y decidí esperar a su abogado para intentar llegar a un acuerdo. Me fijé en el agujero de su zapatilla izquierda, negra, haciendo visible su dedo gordo abriéndose paso a través del calcetín. Un hombre elegante llegó a su encuentro. Me dirigí al compañero presentándome como el letrado de la compañía aseguradora que contrató con su cliente el seguro a todo riesgo.
—No, no, se equivoca, mi abogado es él— dijo señalando al señor desaliñado.
Sorprendente, el individuo que tenía enfrente todo el tiempo era el que trataba de preservar los intereses del asegurado. Consiguió la mejor indemnización posible en el juicio.

 

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