Imagen de perfilÚltimo día de hospital

José Manuel Pérez Pardo de Vera 

– Vamos, abogado. – dijo el celador.

Respiró hondo y se dejó empujar, acomodando dócilmente los brazos sobre su regazo. Gesto adusto, impenetrable. Mirada provocativa, desafiante. Hábil gestor de los silencios. Elegante equilibrista de las palabras. El poso de una impecable trayectoria forense. Quizá hoy no podría estar a la altura.

Las ruedas avanzaban silenciosas. Como si quisieran proteger el descanso de sus compañeros de pasillo. O vigilar que no advirtiesen su marcha. Como él, más de una vez creyeron que la edad podría aliarse fatalmente con el virus. Miradas tamizadas por escafandras se cruzaban en su recorrido. Ese que, tras tantos meses, le daría por fin acceso al soñado territorio de la salud recobrada.

De pronto, se abrieron las últimas puertas. Todavía incrédulo, se levantó titubeante de la silla. Entonces, la vio. Y, bajo sus ojos, los incontrolables movimientos de su mascarilla delataron que la emoción le había vencido.

 

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