Imagen de perfilABOGADO DE LA GUARDA

Ignacio Rubio Arese 

Tío Fernando me nombró heredero de su despacho a condición de que nunca abriese la caja dorada que reposaba sobre el bufete de caoba. “Si lo haces, se escapará el abogado de la guarda”, susurró. Como conocía bien los delirios de mi tío, decidí seguirle la corriente.
Días después, me sorprendió la asombrosa inadmisión de la demanda contra un cliente al que pretendían desahuciar los fondos buitre. Luego vino el fallo favorable a las pruebas gratuitas de ultrasonidos prenatales para mujeres sin papeles, seguido de la multitud de madres dispuestas a testificar contra sus propios hijos por violencia de género.
Empezaba a acumular fama con mis victorias insólitas cuando la curiosidad me pudo. Como suponía, no había nada dentro de la dichosa caja. Pero desde entonces no he conseguido paralizar un desahucio más y, a pesar de todas mis argucias jurídicas, el número de maltratadores absueltos sigue aumentando cada día.

 

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