Imagen de perfilTú, mi padre

Manuel Rodríguez Antón 

Milimétrico, vehemente, incansable. De él aprendí que en la vida y el Derecho no hay nada absoluto, que hay pactos más placenteros que victorias y que hay que saber cuándo formular protesta y cuándo guardar silencio. También de él fue mi primera toga y mis primeros códigos. Pequeño y peludo (por la barba) como Platero, pasó más tiempo en los juzgados que en casa. Las mangas de la toga siempre largas y la camisa sin corbata, me enseñó que sin pasión no se puede ejercer y que no hay retorno posible de una profesión que la amas tanto como te mata. Ahora, conectado al respirador, tan tranquilo y mudo que no parece él, nos recuerdo atravesando aquellos montes de lavanda y jara, cuando yo todavía era un niño y él me decía que “los juicios se pueden ganar o perder, pero hay que lucharlos siempre. Como la vida, hijo”.

 

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