La hora justa
Javier Risueño Martí · VALENCIASegún mi reloj solo quedaban cinco minutos para la hora citada. Aceleré el paso mientras la corbata bailaba al ritmo de mis pies y el viento la acariciaba con educación y seducción.
Llegué a la puerta del juzgado, comencé a leer los señalamientos que había para hoy y entonces me llamaron junto al letrado contrario. Entré con decisión, recordando la estrategia que había planteado los días anteriores y saludando cordialmente a Su Señoría.
Desde un primer momento aquella sala lucía diferente, pero no me di cuenta hasta que llevábamos media hora de juicio. Era innovador, nunca había visto nada igual. Se respiraba justicia de verdad, no intereses económicos; equidad entre las partes, no desigualdad; el respeto mutuo era el valor que más se palpaba en el ambiente, en ausencia de la arrogancia y soberbia; la humanidad resaltaba en los gestos y palabras.
Entonces, desperté. Las diez, llego tarde al juicio.