Imagen de perfilUn huracán de justicia

Enrique Soler Santos 

Recuerdo que de pequeño, cuando me enfadaba, hacía que lloviese tanto que se inundaba la cocina. También nublaba el cielo o levantaba viento si hacía calor. Mi madre sonreía, decía que era igual que mi abuelo. Mi padre enarcaba una ceja y me conminaba a dejar en paz la climatología y prepararme para gestionar el despacho de abogados familiar.
Me saca de mis recuerdos la llamada de un cliente. Entre sollozos me cuenta que un terremoto ha derrumbado su casa como si fuese de papel. Lo acaba de telefonear un señor muy amable para comunicarle que la aseguradora se niega a hacerse cargo del siniestro.
Un rato después leo con media sonrisa que un inexplicable huracán ha hecho añicos los cristales de la imponente sede de la aseguradora.
Ocupé mi lugar en la estirpe de abogados de mi padre, pero ante las injusticias me hierve a veces la sangre materna.

 

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