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ANTONIO GONZALEZ CUEVAS · BIZKAIA 

La tarde caía con las hojas en el jardín de su refugio junto al lago. Buscó la compañía de su perro Lenon, siempre dispuesto a jugar a cambio de una caricia. La mirada perdida en la bruma de la melancolía. El recuerdo fugaz de lo que fué, de lo que pudo ser. El ocre, el morado y el naranja teñían de matices cálidos sus recuerdos. Allí estaba, sentado en el banco de madera de la nostalgia. Debía de estar orgulloso. Aquella cabaña era el fruto de su ahorro. Se preguntó si sería posible peritar el valor material de lo conseguido, sin restarle las horas vacías de vida, que se llevaron tantos años ejerciendo como abogado. La ligera brisa que se coló entre los árboles no le trajo la respuesta. Sintió frío y mientras volvía a la cabaña las hojas que caían de los árboles cubrieron sus pasos.

 

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