Paternidad
María Gil SierraSiempre tuve la seguridad de que el amor necesita raíces para desarrollarse. Hasta que vi a Marisa. Fue en la clase inaugural de nuestro primer año de Derecho. Su mirada diáfana revolvió mi corazón y corrí a sentarme junto a ella. Después de tres lustros, formamos una familia feliz. Además de luchar en el bufete por la diversidad sexual, compartimos cuatro hijos maravillosos. Y eso ayuda a fortalecer nuestra relación, aunque ella prefiera salir de compras con las chicas, mientras yo disfruto más echando un partido con los dos pequeños en el parque. El equilibrio perfecto. Por eso tengo miedo. No quiero destrozar algo tan mágico. Pero es urgente que asuma mi responsabilidad y que hable con los niños sobre lo que me ocurre. No sé cómo reaccionarán cuando se enteren de que van a dejar de tener dos mamás. Marisa, para animarme, ya ha empezado a nombrarme en masculino.
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Muy buen micro, María. Sencillo y directo, sin una palabra de menos ni de más. Y ese final, con una vuelta de tuerca a lo esperable… chapeau!
Mi voto y un abrazo.
Muchas gracias por tu comentario, Ana María.
Un abrazo
Mi voto para una temática que tenemos la obligación de revisitar con mucha frecuencia, la de las diversidades en general. Bellísimo y poético! Gracias por compartirlo!
Gracias a ti por leerlo, Alejandro. Y ojalá que algún día ya no sea necesario hablar de estos temas.
Un abrazo.
Gran relato, gran historia de amor, todo lo demás, algún día, dejará de tener relevancia. Enhorabuena, mi voto y un saludo.
Eso espero, Nicolás, que llegue ese día. Gracias por tu comentario y por tu voto.
Un abrazo.
Cuánta historia en tan pocas líneas. Así contado parece fácil. Ojalá pronto lo sea además.
Necesitamos normalizar algo que debería ser aceptado y nos cuesta: que cada cual pueda vivir según su naturaleza, sin cortapisas, ni las propias, ni las de una sociedad que tiene mucho que aprender y que apenas ha empezado a aprender a hacerlo.
Una historia necesaria.
Un abrazo y suerte, María