Matar a un ruiseñor
Irene Brezmes DiezSubido a la copa de un árbol, en las afueras de Kinsasa, pienso en Atticus Finch: él me inspiró la vocación desde niño, pero con el tiempo, descubrí que mi naturaleza -como la del cinematográfico ave- era inquieta y migrante. Ni la alianza del dedo, ni la rutina del despacho estaban hechas para mí, ni -lo más decepcionante- la americana me sentaba tan bien como al maldito Gregory Peck.
Decidí cambiarla por una camiseta y comencé a viajar, ejerciendo de asesor jurídico para sufragar mis gastos. Colaboré, por solidaridad, con varias ONG y junto a otros abogados nómadas, fundé una organización orientada al apoyo mutuo, a fortalecer nuestros lazos, intercambiar información sobre legislaciones de diferentes países y a cooperar en nuestras tareas.
Ahora, huyendo del grupo de matones que un cacique local ha contratado para abatirme, me pregunto cuándo dejarán algunos hombres de intentar matar a un ruiseñor…
Y silbo.
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Tu abogado protagonista, además de una persona llena de solidaridad y compromiso, debe de ser muy eficaz en su trabajo; de otra forma, un indeseable y falto de escrúpulos no se habría tomado ninguna molestia en intentar eliminarlo, lo que demuestra que ha tomado el camino correcto, que lo que hace merece la pena y puede mejorar el mundo, que una película mítica puede inculcar una vocación, haya parecido físico o no con Gregory Peck.
Un saludo y suerte, Irene
Muchas gracias, Ángel!
Muy bonito tu microrrelato. Me ha encantado. El protagonista es una persona de firmes convicciones y una gran determinación que puede contra todo desánimo. Mi voto y un abrazo!!
Seguro que sale también de ésta. Muchas gracias, Juan Manuel!