Imagen de perfilEl testamento

Enrique Soler Santos · Sevilla 

Un caso práctico enrevesado, eso era el maldito testamento de mi tío. Un galimatías lleno de trampas, igual que los que utilizaba para torturar a sus alumnos en el examen anual.
Él había puesto en mí todas sus expectativas. “Tú seguirás mis pasos”, sentenció. Así que no había nada que debatir, estudié Derecho.
Pero yo no pensaba pasar dieciséis horas diarias encorvado sobre el teclado como él. Fundé una ONG, hoy tramito solicitudes de asilo de refugiados. Él lo consideró síntoma de ingratitud.
Podía haberse limitado a desheredarme, pero el insigne catedrático no había podido resistir la tentación de darme una clase póstuma con su testamento envenenado: donación modal, fideicomiso de residuo, legado de alimentos… Yo era su heredero único. ¡Para pagar las deudas!
Lo decía en sus lecciones: “La repudiación de la herencia debe hacerse en escritura pública”. Así que acabo de salir de la notaría. Melancólico, pero liberado.

 

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