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Juan Pablo Goñi Capurro 

Atravesaba el momento de desorganización propio de los divorcios. En la puerta de tribunales, noté que un joven moreno me miraba intensamente. No tengo físico de modelo, vestía el trajecito que encontré en la primera percha, nada en mí podía despertar el interés de un joven. Llevaba un cargo, sobre la hora. Me acerqué a la cola de Mesa de Entradas. El moreno se puso detrás. Asustada, dejé el escrito en manos de una colega y corrí al baño de damas. Tres veces me asomé y lo vi de pie, atento a los sanitarios. Eran las diez, ya. Enojada, salí a enfrentarlo. Lo insulté y le pedí explicaciones. El joven, avergonzado, se identificó como el testigo para la audiencia de las ocho. Tarde recordé que su testimonio avalaba una pretensión que habíamos planteado la semana anterior. Fue mi turno para el bochorno. Y aún me quedaba enfrentar al cliente.

 

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