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JULIO HIERRO HERRERA · Madrid 

Acudí a comisaría rápidamente. El delito era grave. Mi cliente era el principal sospechoso. Colgué el abrigo en la percha y comencé a dar vueltas por la sala de interrogatorios.
Lo traía un policía alto, moreno, orgulloso de su cargo. El caso estaba claro. Una declaración rápida, el traslado a la cárcel Modelo y a casa.
Él arrastraba los pies. Su cuerpo se movía arrítmicamente, según iba recibiendo tirones del policía. Se derrumbó en la silla descargando su cansancio de tantas horas.
-Buenos días, soy su abogado de oficio. Puede estar tranquilo. Mi pretensión es que tenga un trato justo y se respeten todos sus derechos. Estoy a su disposición para asistirle, siempre que lo desee.
Levantó la mirada. Sus ojos, me observaron penetrantes. Fueron segundos interminables. Su gesto duro y cansado cambió levemente. Esbozó un gesto de aprobación. Supe que confiaba en mí.

 

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