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Aida Galan · Tarragona 

Se quedó parada en el umbral de la puerta de la habitación. Estaba llena de colores, de fotos, de la vieja colección de cromos de su hijo y de una luz que ahora contrastaban con la inmensa tristeza que sentía.
No cabía duda de que aquello no había sido agradable, había tenido que oír alegación tras alegación, declaración tras declaración. Había tenido que ver fotos y mas fotos de el cuerpo sin vida de aquella chica joven de ojos grandes y mejillas con hoyuelos.
Ali de pie, frente a la puerta de la que una vez fue la habitación de su hijo, recordó la promesa que le había hecho hacia ya 15 años, «Yo siempre te protegeré, eso es lo que hacemos las madres». Se le revolvió el estomago. Ella había protegido a su hijo del mundo, pero nadie había podido proteger al mundo de su hijo.

 

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