El abogado abre su maletín: el portafolio rojo, en orientación vertical, encaja con el cuaderno de apuntes que a su vez delimita a la perfección con el estuche donde guarda los bolígrafos. Su interior asemeja un cuadro de Mondrian. Ningún espacio vacío, todo donde corresponde. Simetría. El jurista cree en la bondad de las formas regulares, también en la paridad de las figuras. Desde pequeño ha celebrado el contrapeso de los números pares, transmiten la cercanía de cierto equilibrio. Le gusta adicionar el juez al jurado, uno más nueve, para que la resulta sea un número par. Las imparidades le hacen sentir vulnerable. Comienza la defensa y se acerca al estrado contando los pasos: uno, dos, tres, cuatro. Asistir a sus movimientos es contemplar una coreografía ensayada. Beneficiario de sus propias rarezas, el juez siente predilección por este letrado. Le enervan aquellos que pisotean indiferentes las juntas del suelo.
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Tal vez lo sensato sería intentar hallar un equilibrio entre el orden y el caos. No le sucede así a este letrado. Él ha tomado un partido muy claro por el primero. Imaginamos que no le resultará sencillo; hacer que todo cuadre es ardua tarea, por no decir imposible, siempre hay factores que se escapan.
Tal vez su fijación pueda catalogarse como trastorno psicológico, con el añadido de un adjetivo que suena fatal: «compulsivo», pero seguro que también le proporciona la intención constante de actuar en la forma correcta, Nadie es perfecto y a veces logrará un puzzle exacto, otras le sobrarán o faltarán piezas, pero si me hiciese falta un abogado le contrataría; el juez, a quien no se le escapan los detalles, también.
Creo que se puede decir que este personaje, que cae bien, convierte su problema en virtud.
Un abrazo y suerte, José Ignacio
Muchas gracias, un abrazo para ti también.
Todo tiene un porqué. Lo difícil es encontrarlo.
Todos atesoramos nuestras manías.
Un abrazo.
Todos tenemos nuestras manías.
Felicidades por tu relato y suerte.
Somos esclavos de nuestras manías efectivamente.
Un abrazo.