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Manuela Fernández Manzano 

“Déjame en paz”, me dijo, cerrando cualquier acceso a nuestra amistad. Su exitosa y eficaz defensa de mi causa le proporcionó fructíferos titulares; también, un exquisito membrete para su despacho. Recibí el indulto de la justicia, pero no el suyo. Derramé mil “por qués”. Todos sin réplica.

Yo no maté a mi marido. Él a mí sí, mil veces. No importa. Ese episodio ha quedado en un lugar oscuro y menguante de mi memoria. El olvido es cosa del tiempo como la luna crecida. Pero hoy…hoy, una esquela en el periódico ha removido las cenizas de aquel afecto que se apagó hace veinte años. Y para facilitar las cosas, una carta entre mi correo…

“…Siempre habría rehusado tu sentencia. Solo quise que el tribunal que me juzgara fuera de otro mundo. Y si fuese justo, tendría que condenarme por el delito en el que tú nunca incurriste.
Tu abogado defensor.”

 

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1 comentario

  • El ser humano ha creado el ordenamiento jurídico para tratar de hacer justicia según criterios objetivos e igualitarios. A veces se consigue, otras no, en ocasiones a medias, o, muchas veces, no queda claro si se ha alcanzado ese equilibrio buscado. Alguien dijo que el tiempo, con el desenlace último que nos iguala a todos, quita y da razones. Quizá exista otra vida, o la continuación de la presente. De ser así, es posible que haya un tribunal verdadero que juzgue a cualquiera de manera eficaz, a antiguos procesados o a sus defensores, al que no se le puede engañar con argucias o legalismos. En ese supuesto, al final, entenderemos todas las preguntas que en vida nos hicimos y no supimos encontrar respuesta.
    Una historia original, Manuela. Un saludo