UNA BUENA ELECCIÓN
Belén Sáenz MonteroDon Justo Prudencio ocupó al fin la posición de privilegio que merecía en la sala de juntas del bufete al que había dedicado sus empeños más fervientes y que consideraba su segunda casa. De hecho, fue necesario apartar la larguísima mesa para instalar el féretro y los cuatro candelabros durante el velatorio. Había sido un jurista apasionado por el detalle que nunca se apartó ni un milímetro de sus manuales y códigos, pero que siempre solucionó amablemente las consultas sobre cuestiones éticas de sus colegas. Cuando supo que su fin se acercaba, dejó de lado sus habituales rodeos y circunloquios para redactar las instrucciones con las que se habría de elegir a su sucesor. El documento formulaba un método inédito que le había comunicado su portera y que se denominaba Prueba de la Rebanada. Si se dejan untar —sentenciaba la autora del concepto—, deben quedar automáticamente descartados.