LEGITIMA DEFENSA
ANTONIO LUIS MIRANDA SANCHEZNo lograba desconectarme de mi próximo juicio, vivía agobiado con ese asunto. Me veía como veinte años atrás cuando me enfrenté como jurista a mi primera vista. Pero ahora era diferente, no eran nervios, sentía terror a sentarme en el estrado de la defensa. Cualquier consulta del expediente me hacía dudar, lo releía a todas horas en el despacho, en la cocina mientras apuraba la rebanada del desayuno o viendo la televisión. No paraba de añadir nuevas notas y corregir de forma convulsiva las anteriores. Llegué a olvidarme del resto de mis clientes. Cuando al fin llegó el día salí de casa directo al juzgado, me temblaban las piernas y no paraba de sudar. Tuve que dar un rodeo y ganar tiempo para recomponerme. Ya en el pasillo, mientras esperaba la llamada del agente, me coloqué la toga, respiré hondo y juré que nunca más me defendería a mí mismo.