Vocación

Isabel Cuenca Rueda · Roquetas de Mar (Almería) 

Con mirada segura mostré a todos los presentes en la sala la maqueta en la que había trabajado a contrarreloj durante la noche anterior. Era la prueba irrefutable que demostraba la inocencia del acusado. Pobre Luis, si de algo era culpable era de comer arena. Ningún otro quiso defenderle por miedo a las represalias. Pero la condena de un inocente haría más fuerte al verdadero culpable. Ojeé el informe que con tanto escrúpulo había redactado y comencé mi alegato: “Mi cliente no pudo ser el ladrón, el hurto tuvo lugar a las once justo aquí- aseguré señalando un extremo de la maqueta- y en ese mismo momento le estaban propinando una paliza en el lado opuesto del edificio, la enfermera lo corroborará…” Sonó el timbre del recreo, todos salieron corriendo. El profesor me miró, “Bien hecho” me dijo. Tenía 9 años y ya sabía qué quería ser de mayor.

 

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