Tribunal Supremo

Jesus Esnaola Moraza · Hospitalet de Llobregat (Barcelona) 

Lo tienen bien ensayado. El asesino sabe que sólo su propio testimonio puede librarlo de la condena a muerte. Con la sala en completo silencio habla de enajenación, de verse desde fuera, sin control sobre lo que hace, como si fuera un muñeco actuando en una maqueta, copia exacta de la realidad. Mira su brazo extraño, con el que sueña cada noche bajando una y otra vez sobre la joven, hundiéndole un cuchillo en el pecho. Llora. El letrado aprovecha el momento, siembra dudas sobre el chapucero informe policial y consigue que el jurado popular empatice con el monstruo, enfermo sin duda. Satanás, orgulloso del abogado, se vuelve hacia Dios con los ojos brillantes de júbilo, siente cerca la victoria y le dice, tu turno, al tiempo que voltea el reloj de arena y comienza a caer una fina lluvia de tic-tacs de oro.

 

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