Larvas de tortuga

Fernando Gayo Sánchez 

Le dije que la quería cuando entré en la sala; le pedí perdón por la mala suerte de mi condena, benévola según su criterio, y el ridículo que tuvo que pasar al leer el informe del atestado. Si la maldita arena de la tortuga no se hubiera desparramado justo en el momento en que su jefe le metía mano en el despacho, yo no habría visto esas pequeñas larvas en el culo de su falda y en la pernera de su pantalón; seguiría siendo su abogado y él conservaría aquella maqueta china que saltó en mil pedazos cuando traté de recuperar a mi esposa saltando por encima de la mesa; tampoco estaría en su oficina contándole esta historia para que apruebe la concesión de un préstamo que permita pagar la demanda que han interpuesto mi mujer y su amante. ¡Confíe en mí, recurriré!

 

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