Indefensos defendidos

Javier Serra Vallespir 

La penumbra devoraba la sala donde el Padre Karras afrontaría su enésimo exorcismo. El poseído había construido minuciosamente una maqueta del infierno de Dante sobre una superficie de arena, rematándola en su noveno círculo un tribunal con figurita togada de Virgilio postrándose ante Lucifer incluida. Su informe para las autoridades vaticanas recogería semejante insulto a la Justicia. Tras persignarse, el sacerdote encaró al endemoniado, que se convulsionaba en su cama blasfemando en latín, lengua que desconocía: —¡Excusatio non manifesta, accusatio petita! —Silencio, ente infernal —exhortó Karras—. ¡Acepta mi condena! ¡Yo te expulso de este cuerpo! —sentenció, rociándole con agua bendita. El poseído retorció su cuello 360 grados, regurgitó sobre Virgilio y bramó: —¡Nulla culpa sine poena! —¡Abandona este cuerpo, picapleitos de pacotilla! —¡Tómame! —¡Vade retro! —¡No rrrenunciarrré a essste cliennnnte sin una orrrrden judisssial! Por Santo Tomás Moro, ¡cuánto costaba exorcizar espectros de abogados negligentes de sus indefensos defendidos!

 

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