Cambiazo

David Vivancos Allepuz · Barcelona 

Un rumor incómodo se fue extendiendo por la sala. Tras escuchar el veredicto de culpabilidad, los presentes aguardaban a que el juez anunciara la pena. El magistrado, sin embargo, parecía aturdido hojeando atolondradamente el informe pericial y uno de los tomos que había sacado del maletín antes de iniciarse la vista. La condena se hacía esperar. Suspiró con resignación y cerró el diccionario mitológico, arrepentido de haber permitido a su nieto pasar la mañana jugando en el despacho con sus cosas en lugar de dejarle ir a la playa con el vecinito, con quien solía compartir su maqueta del Ferrari de Alonso y hacer magníficos castillos de arena hasta que llegaba la hora del baño. Se aclaró la garganta y, tras hacer levantar al acusado, le comunicó que sería encadenado a una roca para que un águila le devorara el hígado todas las tardes durante el resto de su vida.

 

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