Alea jacta est

Marta Trutxuelo García · Andoain (Guipuzcoa) 

Creí que era una señal de Dios, cuando el retrato resbaló de la repisa de la chimenea y se hizo añicos. Ahora mi padre me observaba con su indumentaria de juez, su eterno ceño fruncido y su rictus amargo, desdibujado entre cristales rotos. Había elaborado un diseño meticuloso de mi vida, con metas y plazos perfectamente estructurados para mi futuro como brillante abogado y sin tener en cuenta mi opinión. Me había obligado a acatar su voluntad, utilizando el factor herencia como arma arrojadiza. Juré vengarme. Mi personación en aquella vista, por chantaje y extorsión, tendría lugar al día siguiente, y mi labor en la asistencia jurídica de mi defendido era escasa e inconsistente, pero tenía un as en la manga. Abrí mi maletín y observé las fotografías: el juez y la menor. Se las pasé a través del ujier. ¡Bienvenido al mundo real papá!-, pensé mientras le miraba desafiante.

 

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