La dignidad del fantasma

Alejandro Espiago Orús · Zaragoza 

La primera vez que alguien acudía al palacio de Justicia ya le advertían sobre el fantasma. Nadie sabía qué hacía allí, pero tan extraña como su presencia era la naturalidad con la que funcionarios, abogados y clientes acabaron asumiendo aquel fenómeno inexplicable. Aquella alma que penaba por desconocidas deudas terrenales se transformó en una costumbre. Lejos de inspirar temor, su lento vagar por salas y pasillos atraía las simpatías de todos. Se celebraban sus interrupciones, que animaban las vistas más soporíferas, aunque hay que decir que llegó a resultar empalagoso oír hablar del espectro como si de una divertida mascota se tratara. Todo cambió el día en el que se descubrió un baúl entre los cachivaches del almacén del edificio. Cuando finalmente cedió el candado, apareció el esqueleto de un antiguo juez decano cuyo agrio carácter aún se recordaba. Entonces volvió el miedo y el fantasma recuperó su prestigio.

 

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