Imagen de perfilAmin el sirio

Javier López Vaquero 

Lo conocí un día plomizo a los pies del juzgado mientras hacía dibujos, escapando del frío. Se llamaba Amin y tenía la mirada triste. Reticente, conseguí invitarle a desayunar y al calor de un café resucitador, me contó su historia.
Escapó de Siria con un escaso equipaje y esperanza. En su país era un reconocido luchador, campeón olímpico, pero su pasión era impartir clases de pintura a los jóvenes. Era familiar y entre lágrimas me confesó que le costó huir. Yo, que desconocía la empatía, me conmovió aquel hombre y me propuse ayudarlo, así que gestioné el asilo para él y la familia. La gente de mi entorno se volcó con la causa.
Hoy se reúne con su mujer e hijos y ante un agradecimiento infinito le prometí ir a Damasco y tomar té juntos. He recuperado el sueño. Quizás los problemas del hombre occidental no sean para tanto.

 

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