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Carlos Enrique Ayala Gómez 

La población contigua a la zona de explotación minera procuraba erradicar cualquier actividad que hiciera más vulnerable aún su entorno natural, aunque ello acarreara una reducción del empleo.
Los dirigentes comunales requerían la presencia –in situ– de la plana directiva de la compañía minera, de otro modo, no firmarían acuerdo conciliatorio alguno.
Como abogado negociador acompañé a una terna de directores. Nos recibieron con un inesperado festín pantagruélico del que participamos entusiastamente como oportunidad para disipar tensiones.
Culminada la cena quien presidía la delegación comunal tomó la palabra para decirnos lo siguiente: “Las truchas y percas que hoy todos hemos degustado proceden del mismo río contaminado que enferma a nuestros coterráneos y esas mismas aguas, irrigan también el generoso valle que nos ha regalado los tubérculos, legumbres y hortalizas que nos han servido de guarnición.
Ahora que todos –por igualdad de armas– portamos los mismos metales pesados, iniciemos la negociación”.

 

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